martes, 28 de septiembre de 2010

Llegué

A todos los que se quejaban de que no doy señales de vida... les aviso que estoy vivo.

El relato me va a quedar medio trunco porque el ciber me está cobrando como 2 pesos uruguayos el minuto, y no pienso cargar más plata por ahora.

Les cuento que el vuelo fue un horror. Viajé con las rodillas contra las orejas y no pude dormir ni un minuto. Iberia debería cambiarse el nombre por Gulag Airlines. Igual, para cuando llegué, estaba tan sobregirado que no tenía muchas ganas de dormir. Debo haber pasado más de 30 horas despierto.

La primera sorpresa grande que me llevé en el viaje fue la inmensidad del aeropuerto de Barajas (que según me dijeron, fue recientemente renovado). Tanto los que teníamos que tomar una conexión con otro vuelo como los que tenían que pasar a recoger las valijas teníamos que seguir el mismo camino, que nos llevó a lo largo de varios niveles interminables. Después de haber caminado muchas cuadras y bajado como cinco niveles, nos encontramos que el camino terminaba en una estación de metro. En efecto; tanto los que iban a recoger las valijas como los que teníamos que tomar otro vuelo teníamos que ir hasta otra terminal en una línea de metro destinada a ese efecto. La otra terminal era todavía más grande que la primera. Yo tomé el vuelo en el sector H, que tenía más de 50 plataformas. Una demencia.

Javier Ifrán me explicó después que la última moda en aeropuertos es hacer que la gente esté permanentemente circulando, para que no se generen congestionamientos. O mejor dicho: para que cuando el aeropuerto esté congestionado, la gente no lo sienta tanto, porque en lugar de pasar media hora haciendo cola, se pasa media hora caminando.

En comparación, lo que vi de Heathrow no me impresionó mucho. De todas formas, me dicen que tiene varias terminales, de las cuales yo vi sólo una.

Pablo me recibió en el aeropuerto con su padre y Juanito. Se hicieron flor de camino para ir a buscarme, porque Hethrow queda en el otro extremo de Londres respecto de la estación donde ellos toman el tren que los lleva hasta su casa, que es la estación de London Bridge. Es decir; para ir del aeropuerto a la casa de Pablo y María es necesario cruzar toda el área de Londres cubierta por el metro más un viaje en tren que puede llevar de media hora a una hora. Ellos viven en una localidad llamada Purley, que queda a unos 35 kms. del centro de Londres.

De todas formas, el alcance del sistema de transporte público londinense es sorprendente. Ellos están alejados del centro de Londres a una distancia comparable a la que hay del Centro de Montevideo a Salinas, pero combinando tren y metro pueden desplazarse a cualquier punto de la ciudad con mucha facilidad, e incluso bastante rápidamente (fuera de la hora pico).

Londres es demencial en todo sentido. Primero que nada, en extensión. Es una ciudad de 11 millones de habitantes pero en la que son rarísimos los edificios de apartamentos de más de cuatro o cinco pisos y que además está plagada de parques y jardines. Desde luego que eso es parte de su encanto, pero tener diez millones desplazándose a lo largo de un área tan vasta plantea muchos problemas y explica las averías en el metro que sufrí en carne propia y que, según me dicen, son frecuentes.

El metro es enorme. Para meter todas las líneas que precisaban tuvieron que cavar tan profundo que se le debe haber caído el revoque al propio Satanás. La estación que lleva al museo británico, por ejemplo, está tan profunda que pusieron un cartel recomendando que la gente salga por el ascensor, pero con tal de no hacer la cola, igual me fui por las escaleras. Nunca más...

Uno podría pasar dos meses recorriéndo Londres e irse con la sensación de no haber visto nada. Sólo el museo británico merecería un par de semanas. Es impresionante la cantidad de tesoros del mundo que se afanaron los británicos, empezando por los frisos del Partenón. También es fascinante leer los carteles donde explican por qué en realidad no son afanados y por qué tienen que estar donde están y no en Atenas.

Dejo por acá porque ya me gasté como tres libras. Es que acá todo es caro. Si vas a una tienda de ropa, salís más desnudo de lo que entraste. En fin, próximamente ampliaremos.

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